En 1963, ingresé a la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile con la intención de graduarme con una Licenciatura en Física, y de ahí seguir a un doctorado en Biofísica. El programa de 5 años incluía una secuencia de cursos en matemáticas y física, rigurosos y comprehensivos. Fue allí que tuve le privilegio de ser alumno del Profesor O. A. Biberstein en varios cursos de matemáticas.

 

En su inimitable estilo, seguía por los senderos tallados por Bourbaki. “El Bibi”, afectuoso apodo que los alumnos usábamos detrás de sus espaldas cuando nos referíamos a él, escribía meticulosamente todo en la pizarra mientras lo narraba verbatim, y nosotros nos afanábamos a copiar con exactitud y al mismo tiempo tratábamos de comprehender el significado. El Dr. Biberstein nos bridaba enseñanza de tal alto calibre pedagógico que han quedado grabadas en mi mente, inmutables hasta hoy, después de 57 años. Recuerdo una ocasión en la que un alumno que sabía algo relacionado a lo que él estaba dictando, le preguntó al respecto, a lo que Biberstein contestó:  “… todo lo que yo escriba en el pizarrón es porque Uds. deben saberlo. Si hay algo que no lo escribí es porque no quiero que Uds. lo sepan ahora …”. Durante sus clases, nunca, que yo recuerde, hizo alguna referencia explícita a uno de los innumerables tópicos en Física donde lo que él estaba cubriendo se aplicaría. Era matemática pura. El confiaba que llegado el momento de aplicar lo aprendido en matemáticas a la Física, o a otra ciencia o problema, cada alumno descubriría su propio camino. Asimismo, casi nunca usaba tipo alguno de ilustraciones. En una de las primeras lecciones en matrices y álgebra lineal, enseñando los conceptos de independencia lineal, ortogonal, ortonormal, etc. se tomó la libertad de dibujar dos flechas con origen común. De inmediato un alumno preguntó: “… pero esos dos vectores no son ortogonales, el ángulo que Usted dibujó no es ni cerca de 90 grados, más bien como 60”. Con gran paciencia, aunque tácita pero claramente haciéndonos notar de que su esquema tenía el propósito de provocar esa pregunta, explicó: “Yo quiero enseñar de tal manera que si hay un marciano tomando este curso por teléfono, y sólo puede anotar lo que oye, también puede aprenderlo todo. Imagínense que este marciano escucha lo que yo estoy hablando, y decide, en su manera, visualizar lo que él ha oído, es perfectamente razonable que él pueda hacer un dibujito de 2 flechas como las que yo puse en el pizarrón, que para nuestros ojos no forman un ángulo de 90 grados, pero que para él se convierten en el punto de partida para lo que él comprende es ortogonal. Esto no cambia en nada su comprensión del tema que estamos estudiando”. Así podría llenar yo páginas de no sólo las matemáticas que aprendí, pero así también la lógica, el rigor, la metodología sistemática, y otros aspectos dentro del mundo de la enseñanza y el aprendizaje. Todos estos me han sido de gran valor en mi carrera profesional.

 

Desde los ojos de sus alumnos, como lo era yo, El Bibi era hasta cierto punto misterioso en lo que respecta a su vida personal. Pero para mí en particular y un par de compañeros como yo, quienes teníamos esa urgente curiosidad de extender nuestras relaciones con profesores más allá del ámbito de la vida académica, no podíamos resistir la tentación de acercarnos un poco a él, en lo personal. La casa donde el Dr. Biberstein vivía estaba a sólo unas pocas cuadras de la sede de la Facultad de Ciencias. Él llegaba a dictar clases en traje, con camisa blanca y corbata. Pero, al tanto que éstas terminaban, se iba a casa, y volvía vestido de coloridas prendas más informales y cómodas. Biberstein era muy elocuente y tenía un conocimiento profundo del castellano y muchas otras lenguas. El siempre daba su bienvenida a cualquiera pregunta proveniente de sus alumnos. Si fuera de matemáticas o de cualquier otro tema. Así fue como descubrí que él era un gran amante de, y experto en literatura, música, pintura, escultura, historia, etc. Un hombre del Renacimiento. Yo tenia meramente 18 años cuando le conté que había leído, en traducción al castellano, “À la Recherche du Temps Perdu” de Proust, y que me había costado mucho. Yo quería saber que es lo que él pensaba (y yo podría aprender). Me dijo: “Probablemente has ‘perdido el tiempo’ (juego de palabras intencional). Léelo de nuevo cuando tengas 45 y entonces hablamos”. En las dos ocasiones en que un par de días antes de un examen le pregunté acerca de ciertos tópicos que no me eran claros, me invitó a ir por la tarde a su casa, donde me sirvió te y galletas y se sentó conmigo en la mesa de su biblioteca, donde me aclaró, con gran paciencia, todo en lo que yo estaba confuso. La pieza que era su biblioteca tenía las 4 paredes, exceptuando la puerta y una ventana, cubiertas de muebles con repisas, desde el suelo hasta el cielo raso, llenas de libros, quizás un par de miles. Además de una cantidad de pinturas colgadas en las paredes de su casa, como así también muchas esculturas sobre mesas, muebles, etc. Cada una de estas obras de arte dignas de un museo. Luego de aclararme mis dudas matemáticas, por una hora o algo así más, yo oía atentamente sus explicaciones de estas obras de arte. Supe que unos años después, le robaron todos sus libros y obras de arte.

 

Mi última visita a su casa, y encuentro personal con él, fue que, al finalizar los cursos, 3 entre los alumnos lo fuimos a visitar y le llevamos, como muestra de nuestra gratitud, un disco de 33 rpm con la grabación de “Gloria” de Vivaldi. O. A. Biberstein ha sido para mí, sin duda, una de las personas más influyentes en mi vida.

 

Moisés Eisenberg

Stony Brook. New York. USA

5 de Abril de 2020